El viernes pasado una profesora de canto de Mariuchi le regaló entradas para el estreno de una obra en la que actúa, y que es una comedia musical sobre Sandro. La obra, luego me enteré, se llama Por amor a Sandro. En principio, iba a ir ella sola porque sólo le daban una entrada. Pero a último momento Mariela, que así se llama su profesora, le consiguió dos. Fuimos. Confieso que, a pesar de ser un oyente un tanto entusiasta, pero sin una gota de fanatismo, de Sandro, no tengo tanta afinidad con su música como para ir a ver una obra en honor a él, y menos a un imitador –no disfruto de esas copias. Pero también tengo que confesar, y mucho más enfáticamente, que me llevé una gran sorpresa –yo, que sólo vi dos comedias musicales en mi vida. Varios aciertos tiene la obra. En primer lugar, un elenco impresionante. Ningún actor desentona. Desde Fernando Samartín, que hace de Sandro, hasta el último de los bailarines, todos cumplen un papel destacable. Además del gran trabajo de los actores, la obra acierta en el texto. Evita contar la biografía de Sandro para centrarse en la historia de vida de una de sus nenas, Alicia, y del doble juego de euforia y drama que vive a causa de su fanatismo. Alicia, en esa desmesura que caracteriza al fan, dedica mucho espacio de su vida, y una habitación en su casa, para adorar a Sandro. Pero al hacerlo debe necesariamente descuidar su vida familiar y matrimonial. Ese corrimiento es vital para la obra y produce que la vida del astro de América se cuente por su lado público y profesional sin hacer mención a su vida privada: lo vemos a través de recitales a los que concurre Alicia, apariciones públicas en las que ella participa (su tradicional festejo de cumple en la puerta de su casa de Banfield), películas que ella ve. Pero el espectador no necesita esperar a esas apariciones para lograr el clímax, como si el resto de la historia sólo fuera el preludio a esos instantes en que la música de Sandro y el talento de Samartín (cuya voz asombra) se despliegan en el escenario. Cada escena presenta su propia vida, y la multiplicidad de situaciones que se cuentan brindan un placer estético y una emotividad importantes. Una serie de escenas son destacables. Son aquellas en las que el marido de Alicia se encuentra con sus amigos en un bar y que bien podrían caer en un costumbrismo aporteñado. Pero lo evitan, y ocupan un lugar significativo por dos cosas más. Por un lado, porque las escenas se deslizan de la emoción al humor con la facilidad y la soltura de un artificio teatral más que bien logrado. Y, por el otro, porque narran el conflicto del marido de Alicia, en esos diálogos y situaciones con sus amigos, quien debe compartir, imaginariamente (pero justamente por eso, tal vez, tan intensamente), a su mujer con Sandro cada uno de sus días.
Un último elemento del libreto es destacable, y tiene que ver con la forma en que el texto se organiza por fuera de la vida privada del Gitano. Las canciones de Sandro se filtran en la propia vida de cada uno de los personajes, y son cantadas por varios de ellos (y no solo por las principales) en diversas situaciones. Son canciones que ya no pertenecen a Sandro, sino a cada uno de los que las comparten (o rechazan). Gran acierto porque las canciones, como cualquier forma del arte, dejan de pertenecer al que las brinda a la humanidad para pasar a ser patrimonio de todos en la vida diaria de quien las escucha y reproduce.
Satisfechos, contentos, casi eufóricos, salimos del teatro con Mariu. Con un recuerdo de Sandro en una forma sobre la que él mismo estaría agradecido, y a la cual la obra hace honor: sin llorar, como una imagen de la misma felicidad.